Terminaron las Primeras Jornadas de Investigación en Materialidades Fotográficas, organizada por el Centro Materia de la UNTREF. Todas las ponencias y todas las mesas abarcaron una diversidad de enfoques sobre lo material en lo fotográfico que bien superaron mi capacidad de reflexión (no es mucha). Y lo digo asombrado y al mismo tiempo agradecido por el enorme abanico de pensamiento que lograron reunir las organizadoras. Algo que habría que continuar de alguna manera. Entiendo que ya está en marcha una publicación y eso será pie para seguir el debate.
Me permito hacer una lista de cosas que me gustaría pensar entre todes mientras seguimos nutriendo este campo de pensamiento crítico tan rico que se abre en la fotografía argentina.
El mito de la cámara oscura y su omnipresencia en nuestro modo de ver desde tiempos casi inmemoriales (por lo menos desde que se descubrió o se inventó). Bien, ese mito estaría seriamente cuestionado desde la práctica misma de la fotografía desde su mismo nacimiento, pero no sé si alguien se lo está preguntando del mismo modo. ¿Tal vez Soulages, Baudrillard? Veamos que dicen ustedes:
El formato de la cámara de placas, por empezar por cualquier parte, hace que tengamos que enfocar con una lupa tapados por un paño negro y cuando tomamos algo de distancia para ver el encuadre, estamos viendo una imagen invertida (y bastante opaca). Finalmente, el disparo se hace fuera del dispositivo y mirando sin mediaciones al sujeto (sea una persona, un objeto o un paisaje).
Las cámaras de visor directo, también saltando en la historia sin muchos miramientos, permiten ver un «fuera de campo» al mismo tiempo que vemos el encuadre. ESto es, podemos editar en el momento de la toma que no se ve interrumpido como sucede con las cámaras réflex que nos someten a una ceguera infinitesimal mientras el espejo sube hacia arriba bloqueando el pentaprisma para dejar paso a los rayos luminosos que atraviesan la lente e impactan en el plano de la película. Más aún: las famosas Leica, pero también otras cámaras de visor directo, tienen el viso ubicado a un costado del dispositivo, lo que permite con un ojo controlar el encuadre y con el otro ver directamente al sujeto y sus alrededores.
Hace mucho tiempo, un gran amigo y artista (Martin Kovensky) me dijo que la cámara digital con su pantalla de cristal líquido impone una distancia entre el operador y el aparato que se parece bastante a la del dibujante y su hoja de papel mientras boceta un modelo vivo o un paisaje.
Finalmente, las cámaras «mirrorless» nos traen la supuesta ventaja de tener visores directos, pero en video. Esto hace que cualquier situación lumínica, aún la más pobre y sombría, se vea muy bien en el visor pero claro, con unas rayitas pequeñísimas que delatan la absoluta ficción técnica que experimentamos. Estoy seguro de que se me escapan decenas de otras situaciones que se presentan cuando une «toma una cámara en sus manos y apunta». No tengo capacidad de reflexionar desde un punto de vista filosófico acerca de todos estos fenómenos pero estoy seguro de que cuando hago una foto, no veo como en una cámara oscura y la gran pregunta: ¿cómo inciden estas diferentes mediaciones en nuestra forma de contemplar y representar el mundo?