Hace exáctamentte cuarenta y cinco años a esta hora, yo estaba adentro de un laboratorio fotográfico, en la redacción del último proyecto editorial «legal» del «peronismo revolucionario» (necesito llamarlo de este modo impreciso). Hacía meses que había salido de la cárcel y era fotógrafo en esa publicación. Todo el verano había estado recorriendo el interior del país haciendo entrevistas junto a XXX. Fuimos a Corrientes, Misiones. Fumábamos en los aviones mientas discutíamos intensamente los acontecimientos políticos que se sucedían de un modo vertiginoso. También estuvimos en Resistencia, Chaco, donde tuve que fotografiar la cárcel en la que había estado detenido. Por primera vez la veía desde afuera. Un edificio enorme, impreciso y deteriorado, un lugar de otro tiempo. Hoy me recuerda al famoso «panóptico de Foucault».
Cuando llegó la noticia del golpe, Jaito dijo: «los que tengan problemas de seguridad se guardan un mes. No asoman la cabeza hasta ver qué pasa». En julio de ese mismo año Jaito era secuestrado en un cine de Moreno y desaparecido hasta hoy.
De aquellos primeros días-meses del golpe solo recuerdo la cara perpleja de Graciela (¿o fue después?), todo el día pegados a la radio. Las ventanas cerradas. Salir sólo para lo esencial. Esperar órdenes.
No tengo fotos del golpe, la Plaza de Mayo, el helicóptero donde se la llevaban secuestrada a Isabelita. Los primeros allanamientos brutales. Nos habían dicho: «primero van a ir por los sindicalistas, después por nosotros»
Para mí ya era natural ir caminando por la calle y mirar doscientos metros más adelante, intentando percibir algún movimiento sospechoso, una pinza policial o del ejército. Recuerdo que tenía una extraña sensibilidad en mi espalda. Imagino que en mi desesperación, sentía que podía «ver por la espalda», por los costados del cuello, controlar el temblor de las manos al caminar, pasar desapercibido. Tenía 21 años y no podía disimular mi aspecto. Ser joven era un problema.
Pasaron 45 años y siento que la amenaza sigue pero cambió en su intensidad, multiplicó sus alcances, se hizo más fuerte y menos evidente. La democracia es un paraguas que sirve para que estemos más a salvo pero también para que los que causaron tanto daño sigan ahora en la misma vereda, a tus espaldas, a cara descubierta. Ya no necesitan matarnos. Se ha creado un complejo mecanismo que los protege y los alienta. Al mismo tiempo el «panóptico» se perfecciona y casi que no lo sentimos, es una amenaza que se cierne sobre nosotrxs mientras, impávidos, seguimos nuestra vida cotidiana. Y olvidamos.
Hoy no habrá marchas, el día está hermoso, el silencio me estruja el corazón.