Se puede decir que esta imagen que acá les publico es una suerte de autorretrato. Ya sabemos: cuando hacemos una foto, de alguna manera, estamos haciendo un autorretrato. Al menos así lo afirmaba Avedon que tenía un EGO gigantesco e inextinguible. Para mi en cambio, la relación con esta imagen está mucho más mediada. En primer lugar, la cámara fotográfica analógica que aparece no es mía. Mejor dicho: ahora sí es mía, pero no lo era hasta ayer. Ni siquiera sabía de su existencia hasta que la conseguí. ¿Por qué entonces sería un autorretrato?. Porque este aparato es contemporáneo a uno que yo tuve hace muchos años y que en ese tiempo era nuevo, como esta cámara alguna vez fue nueva. NO es mi cámara, no reconozco sus marcas del tiempo o del uso (o la falta de uso), pero «representa» a mi cámara. Tiene marcas, muchas, que me son ajenas totalmente. Aún así las puedo leer con algún detenimiento y algo de ayuda. Tiene un par de abolladuras (lo más serio). La cuerina sobre el pentaprisma se despegó por efecto de la humedad tal vez. El anillo de velocidades se traba, y varias cosas más que indican que no fue tratada con cariño. Diría que alguien, que no fue el dueño, la usó sin fijarse mucho. Podría afirmar que está cámara fue prestada!. Siento que salí al rescate de un perro viejo golpeado y abandonado y ahora la vamos a cuidar como se merece, porque a pesar de los malos tratos sigue, y seguirá, funcionando.
Hasta acá, seguro que están pensando que soy un fetichista, un clásico del «viejo mundo analógico». Pues no, nunca conservé ninguna de las muchas cámaras que tuve, porque no podía comprar una mejor si no vendía la que tenía en uso. Pero además nunca me interesaron los aparatos, pero si los cuidaba, aunque no fueran míos. Por «respeto a la máquina» que era mi herramienta de trabajo. La máquina analógica era «un todo sincronizado». Ahora, las digitales son «muchas partes ensambladas».
Es curioso pensar que con estos aparatos, que ahora no valen nada, se produjeron fotografías que, en muchos casos, mejor se cotizan en el mercado, mientras que las digitales no pueden competir del todo con la «fuerza constatativa del negativo».
Entonces, lo que me pasa no sería melancolía ni fetichismo aunque tal vez sea una combinación de ambas al fin y al cabo.
Lo que me atrae de esta cámara es el proceso que implica maniobrar con ella, atender a su necesidad de rollos de película, de lentes dedicados, de aparatos de flash, de «accesorios» .
Pero hay algo más, algo que escapa a mi comprensión que está en sus entrañas mecánicas. No es su historia «personal», podríamos decir, es su trascendencia como aparato que captura, o mejor detiene, el tiempo, lo guarda (sin dejarse ver) y lo transporta a otra materia que, adecuadamente procesada, lo convertirá en imagen.
En suma, mi melancolía tiene que ver con la técnica, con la magia y con las marcas del tiempo. Es mi autorretrato